domingo, 27 de mayo de 2012

Los campos Eliseos



Si el Olimpo es el monte sagrado, y representa con su verticalismo hacia lo celeste el sentido de la trascendencia. Si es morada de dioses y musas. Si en sus cumbres -ocultas a los ojos de los humanos- se une el cielo con la tierra. Y si de sus extremos parte la línea vertical que atraviesa el inmenso cosmos. Si es un lugar deseado. Si es centro de reuniones festivas y decisivas, también. Si, en fin, es el sitio idóneo para dar rienda suelta a la imaginación y a la creatividad... No por ello iba a constituirse en lugar único de estancia de musas, héroes y deidades. Por otra parte, si existía una línea divisoria entre el cielo y la tierra, situada en las alturas, también habría que trazar las fronteras del mundo por abajo. De esta forma, se crea un cosmos perfectamente estructurado en el que los hombres de la antigüedad clásica hallan la necesaria variedad y diversidad de vida y hechos. De este modo, nacerán los lugares subterráneos y de perdición, aquí serán desterrados quienes se han enfrentado a los dioses del Olimpo. Estos siniestros lugares se hallaban situados bajo la mansión de los llamados bienaventurados, pues habían salvado sus almas de las graves penas que les hubieran esperado en el Hades. La mansión que acogía a los buenos, después de su muerte, se llamaba "Los Campos Elíseos". Su extensión era enorme y su terreno estaba formado por verdes prados y por árboles de hoja perenne. Se cultivaba toda clase de frutos en sus fértiles huertos y corría la suave brisa de un viento que Céfiro -la personificación del viento benigno del oeste- enviaba con profusión. Sólo el murmullo de los arroyos serenos y apacibles, y el canto de los pájaros de variados colores, se escuchaba. Todo, en "Los Campos Elíseos", era armonía y calma. Nada, ni nadie, turbaba el merecido descanso de los bienaventurados. En suma, se trataba de un lugar paradisiaco, en el que no tenían sitio ni la vejez, ni la muerte, ni el dolor, ni la ruindad, ni el odio, ni la envidia... Bajo "Los Campos Elíseos" se hallaban las moradas subterráneas y las tierras oscuras y abisales de la noche: los "infiernos" o el "Tártaro". Al "Tártaro" eran precipitadas las deidades que desobedecían las órdenes y los mandatos del poderoso Zeus. Su profundidad era tal que, según explica Hesíodo en su obra "Teogonía", un yunque de bronce que arrojáramos desde la tierra tardaría nueve días y nueve noches en entrar en el "Tártaro". 










No hay comentarios:

Publicar un comentario